martes, 17 de febrero de 2009

El Shopping y las Mujeres...

Bueno, si, otra vez, así de corridito, sin pensar demasiado me tiro nuevamente a la pileta del blog a tratar de escribirles un poco. Espero que no se hayan muerto de un infarto al saber que había una entrada nueva en este desagradable sitio... si, lo se, debí acabar con las ratas hace tiempo, pero el tipo de la desinfección quedó en venir el martes pasado, y lo esperé de 8 a 12 como dijo, pero no apareció... para variar.

Así que la cosa es sencilla, por un lado el Shopping, una gloriosa institución comercial, de más de un piso en términos generales, y por sobretodo, con escaleras eléctricas (el sueño de todo paisano que vivió en una casa de más de un piso y tuvo que subir y bajar las benditas escaleras como un tonto en forma manual!); por el otro lado, las mujeres, seres perversamente consumistas, que suelen ser la presa natural de los Shoppings. Aquí vemos a las mujeres, que inocentemente caen en la trampa de su depredador el Shopping, quien las invita a ingresar a sus instalaciones, con carteles verdes, rojos y blancos con fotos de modelos escuálidas que pretenden ser "madres modernas" que obviamente también van a comprar al Shopping, todo un modelo a seguir.

Pero ojito, en esta trampa mortal no caerán solas, no no no, obviamente que como es su función en esta tierra, intentarán hacerse de un compañero para este tipo de actividades espeluznantes, que nos ponen la piel de gallina con solo imaginarlas. Es así cuando la mujer recurre a su actual pareja para concurrir y verse envuelta en las garras de este monstruo del imperialismo. Si, señores, nosotros somos partícipes de la masacre. Porque claro, qué gracia tiene mirar vidrieras interminables de productos de los que en un 90% no compraremos ni que nos picaneen, si no es para hacer sufrir al pobre hombre que nos acompaña, que mira desde afuera de cada comercio con cara de "ya nos vamos?" a la vez que sostiene las simpáticas bolsitas de cartón con hilitos -creo que ya es hora de que utilicen las mismas bolsas de supermercados, el nylon le sienta mejor a este tipo de merceadas-.

Pero no bastando que el hombre deba cargar con las bolsas de las nuevas e inútiles adquisiciones de su mujer, esas botas altas con taco aguja en punta, que si las usan más de 3 minutos les sale un juanete que cobra vida y nos lleva a pasear al Iterama, sino que encima de todo esto, hay veces en que optan por obligarnos a ingresar al comercio en cuestión, con el mero propósito de preguntarnos "CÓMO ME QUEDA?" o "TE GUSTA?", al exhibirnos algún producto que podrían obtener en el comercio de la vuelta de su casa por la mitad de precio. De más está decir que contestemos lo que contestemos, la opinión masculina en este tipo de casos no suele alterar en lo más mínimo la decisión de la mujer.

Para serles sinceros, la mujer igual va a comprar lo que le de la gana, y no solo eso, lo más probable es que utilice nuestro salario, ese que ganamos con horas y horas de soportar a nuestros compañeritos de trabajo y jefe/s, ese que lo obtenemos luego de escribir muchísimas páginas en nuestro blog mientras estamos sentados inertes fingiendo realizar algún tipo de tarea útil para el resto de la humanidad.

Luego, podemos degustar unos platillos correspondientes a cadenas de comidas que en su mayoría desconocemos, creo que solo existe un local, pero pretenden ser una "cadena" porque así uno tiene mayor confianza claro, pueden ser de pastas, de churrascos, de corazones de ranas en brochettes, etc. También podemos optar por las cadenas verdaderas de comidas rápidas, pero claro, para qué vamos a hacer una fila de 30 minutos -porque todo el mundo cae en esa je je je- para pedir una hamburguesa del tamaño de mi ombligo por el mismo precio que su peso en oro.

No conformes con todo este paseo infernal, las mujeres optan por realizar otro tipo de actividades que nos producen un regocijo absoluto durante su transcurso. Por ejemplo, ingerir un helado del tamaño de un testículo de ardilla, por el precio de un jarrón de la dinastía Ming del mismo tamaño; o hacer una fila de unas 2 horas de duración, para obtener una entrada al cine -a una película que no queremos ver realmente, y que empieza 3 horas después, pero era la única de la que quedaban tickets-, para luego hacer otra fila para ingresar al cine que dura 30 minutos, hacer una cola de 10 minutos para comprar comida -nachos con queso preferentemente- para acompañar la película, ver 40 minutos más de publicidades de películas que en la vida veremos, y luego si, ver la película en si, ya sin nachos, cansados, medio dormidos, y mirando el reloj para saber cuándo regresaremos a nuestro hogar...

Así, cuando todo termina, ya con la panza llena -finalmente luego de tanta espera-, optamos por regresar a nuestra vivienda, por el simpático estacionamiento del subsuelo -que andá a acordarte en qué fila dejaste el vehículo- que nos cobran o nos eximen (depende si compramos algo carísimo o no).

Finalmente llegamos rendidos a nuestros catres, pensando en el final abierto de la película de porquería que tuvimos que ver, y preguntamos al Éter... "POR QUÉ?, PARA QUÉ?", sin obtener respuesta alguna, más que quizás el sonido de la cadena del baño que suele distraernos cuando estamos en lo profundo de nuestra mente...

Espero sus dulces comentarios, no me explayé demasiado para no quemarles el coco, pero creo haber sido lo suficientemente ilustrativo...