martes, 17 de abril de 2007

La pesca apesta.

Felices mañanas para todos aquellos que me leen, pues serán acogidos en el reino del señor, el señor del primer piso, que tiene un patio lleno de mugre porque todo el edicicio deshecha sus colillas de cigarrillos por la ventana.

En esta oportunidad pienso deleitarlos con una sutil crítica al arte de la pesca. Sinceramente no entiendo como la mayoría de los integrantes del género masculino pueden disfrutar incondicionalmente esta actividad.

Para empezar, digamos que hay que viajar hasta un lugar donde haya agua, esto implica por bancarse el camino en la ruta con un amigo, el sol de frente (porque encima hay que madrugar, ENCIMA), que en el estéreo de su automóvil nos pone algo de Gilda como para entrar en calor con el ambiente pesquero. También implica llevar cargado el baúl del coche con cañas, anzuelos, alguna bebida, y quizá repelente por qué no.

Luego de bancarte unas horitas de viaje para encontrar el lugar de "pique", hay que comprar la carnada, seguramente como en el lugar la pesca es algo común (lleno de boludos citadinos que van a encontrarse con la naturaleza), habrá varias fincas aledañas con un hermoso cartel "hand-made" que reza "LOMBRIZ". Si, claro, hay gente que lucra vendiendo lombrices para los infelices pescadores, y sino hay otra carnada que es un pescado -pero es más caro, y encima hay que atarlo al anzuelo en trocitos, porque se desarma de lo añejo que está, solo para entendidos-. Cuando nos dirigimos al lugar que ofrece lombrices, probablemente nos atienda una señora senil fumando pipa, quien con sutileza nos indicará que no le quedan más, pero que ya trae, a todo esto se dirige al fondo de la vivienda y luego de transcurridos 20 minutos, vuelve con una pala y comienza a cavar una fosa, tomando estos bichitos con la mano, aún con vida y metiéndolos en una suerte de bolsa de nylon, donde morirán asfixiados con suerte.

Más allá de lo desagradable del asunto, no es nada económico. Sin embargo es el mejor recurso del pescador experimentado. Al concretar la labor comienza la segunda fase, estacionar el auto en un lugar cercano al puesto de pesca. Con suerte habrá menos de 50 personas en 100 m2. intentando realizar la misma actividad a la orilla del río. Obviamente si no llevaron bebidas, no encontrarán un comercio a 10 km a la redonda, así que la "Odisea" de Marley es un poroto comparado con una tarde sin ingerir bebida alguna con una bolsa de lombrices vivas al lado. Si Dios los acompaña, quizá su amigo pescador consiga un lugar donde dejar su automóvil a la vista, sino deberán interrumpir la actividad cada 15 minutos aproximadamente, a fin de constatar si el rodado no fue hurtado -eso sí, seguro que tiene alarma, rastreo satelital, trabavolante y una cadena enrollada a un grillete colocada en la llanta-.

Dada la falta de comercios, y la cantidad de boludos desprevenidos, muchos vendedores ambulantes pasarán por la zona, ofreciendo mercadería al doble del valor de plaza, y dado que es el único modo de sobrevivir la tarde, mucha gente caerá en sus garras acabando por desabastecerlo de comestibles -No dejen que se les escape porque deberán esperar unas dos horas hasta que vuelva otro de esos-.

Tras esperar como un idiota inexperto que su amigo el "Rey de la Pesca" arme las cañas y su "línea" (la tanza -hilito- con el anzuelo, el plomo, y otra porquería que no recuerdo-) deberá presenciar un momento digno de película de Tarantino, cuando su amigo tome de la bolsa una inocente lombriz viva (medio asfixiada) y la ensarte en el anzuelo, aún retorciéndose de dolor. Con suerte le pedirá a usted que lo ayude, y podrá disfrutar el dulce sabor del sufrimiento ajeno entre sus dedos.

Luego de ello, observará con detenimiento el modo en que debe lanzar el anzuelo al río, lo intentará con mucha precaución. Si tiene éxito, verá que llega más que lejos su gusano agonizante -si no tiene éxito, deberá dirigirse al hospital más cercano y pagar alguna indemnización al señor que perdió su ojo-.
En ese momento usted cree que vendrá la parte de "acción" de la pesca, y se queda atónito mirando el río, mientras pasan los minutos y nada ocurre. Mira a su amigo con desesperación, implorándole asistencia para tener éxito, pero luego nota que su amigo tampoco hace nada, sino que está allí, sosteniendo la caña, sin emitir sonido alguno.
Luego de unos 15 minutos sin que nada ocurra, ni se emita palabra alguna a viva voz, usted rompe el inquietante silencio con algo como "Y AHORA QUÉ?", su amigo resoplará y le indicará que recoja su línea para mantenerlo entretenido.

De más está decir que recoger la línea implica que el anzuelo se enganche en el fondo del río (alguna piedra, un alga, o un pañal descartable) y lo obligue a realizar más fuerza de la debida. Cuando se resigna y ve que no puede enrollar más su tanza, tira con más violencia y PLACK!, así como si nada, su anzuelo, el plomo, y la sufrida lombriz semi-ahogada se perdieron para siempre.
Esto sin embargo no es nada comparado con la cara de su amigo, quien le reprochará haber desperdiciado su dinero en esa mala jugada, haciéndolo sentir culpable, al punto de amagar extraer su billetera para compensar la pérdida -luego desiste al notar que usted en realidad no quería concurrir a esta actividad y fue forzado a ello-.

Sin embargo, gracias a su falta de talento en la pesca, deberá rehacer el proceso de armado de línea (bah, en realidad hace todo su amigo mientras usted mira y resopla, a la vez que aplasta insectos sobre su ropa recién lavada reprochando haber olvidado su repelente). Intentará nuevamente el proceso, concluyendo de la misma forma nefasta.
Al tercer intento fallido, opta por no intentar sacar más su línea de las profundidades, de hecho le entrega la caña a su amigo y le dice "ARREGLATE" mientras se va silbando bajito del sitio.
Al percatarse que su amigo incurre en el mismo error que usted, rompiendo su línea, se queda más tranquilo y se auto-palmea la espalda, siendo explicación suficiente que su caña está maldita por algún sacerdote Voodoo.

Al pasar las horas sin que nada ocurra, podrá entretenerse viendo al pequeño niño de su "vecino de pesca" con su mini caña (mejor conocida como "mojarrera"), quien a diferencia de su amigo y usted, se la pasa sacando cosas del interior del agua.
Cuando desista de la actividad en cuestión, resignándose a que nunca pescará nada, intentará dejar su caña trabada con algo, y buscará lugar donde sentarse, sin éxito. Parece ser que los únicos lugares donde podría sentarse están infestados de hormigas asesinas que invadieron su "bolso" o "heladerita" con bebidas.
Antes de perder completamente la cordura, deberá contar hasta diez, o quizá hasta cincuenta, depende el caso. A este punto probablemente comenzará a tirar algunas "indirectas" para que la tortura infernal concluya, al estilo "UUUUUUUY MIRA QUE TARDE SE HIZO, HOY TENIA QUE ENJUAGAR EL CALEFON, CARAMBA..." (aunque probablemente a esa altura recién sea el mediodía).
Cuando sus débiles piernas poco acostumbradas a permanecer de pie durante tanto tiempo comiencen a ceder, tal vez con suerte su caña se mueva. Al intentar extraer algo del río, lo más probable es que no lo consiga, y si lo hace, no será más que un pañal o restos de algún cuerpo sin vida carcomido por las creaturas acuáticas.

Ya cansado de esto, sobre todo al ver al niño vecino de pesca partir con un balde lleno de pescados, usted opta por lo sano y le dice a su amigo "MIRA! MIRA! UN MONO DE TRES CABEZAS!" a la vez que señala a la orilla del frente del río, y aprovechando la distracción de su amigo, escapa corriendo hacia el lado contrario con la intención de volver a su hogar, pero no encuentra taxi, remise, ni colectivo que logre su cometido, entonces deambula durante horas con sus piernas cansadas por ese pueblito nefasto, hasta que un simpático conductor de camión se ofrece a trasladarlo. Por algún motivo inexplicable el chofer sigue llamándolo "LULÚ" a pesar que usted le repitió su nombre de pila unas treinta y cinco veces sin éxito.

Bueno, espero sus agradables comentarios, y será hasta mañana. Que les garúe finito.

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